Santa Marta, la ciudad de los 500 años, es un espejo del enriquecimiento político histórico, un ciclo vicioso que pervive entre sus dirigentes. Políticos a los que el poder se les sube a la cabeza, a tal punto de creerse mesías o, como en el caso de la presidente de la Asamblea Departamental, al extremo de ignorar instituciones y desacatar decisiones judiciales que exigen la posesión de un diputado legítimo.
El 20 de octubre de 2025, un fuerte aguacero provocado por la onda tropical AL98 azotó a Santa Marta. El evento dejó un saldo trágico: barrios inundados, vías principales colapsadas y el fallecimiento de dos personas. El desastre evidenció el colapso absoluto de los sistemas de drenaje y alcantarillado, con sectores como El Pando, Pescaíto, San Pablo y Los Almendros registrando niveles de agua de hasta uno o dos metros.
La Crónica de una Inundación Anunciada
Los reportes técnicos son claros: las alcantarillas se saturaron, los canales pluviales desbordaron y las estaciones de bombeo operaron al límite durante la emergencia. Las causas son recurrentes y tristemente conocidas: obstrucción por residuos sólidos, falta de mantenimiento estructural y un diseño insuficiente frente a eventos climáticos extremos.
En medio del desastre y el dolor ciudadano, aparecieron los politiqueros carroñeros. El exgobernador Rafael Martínez, por ejemplo, dedicó la tarde del 20 de octubre a emitir trinos sobre la inundación, criticando a la nueva administración (a la que sus oponentes llaman "los de antes"). Este cinismo resulta desconcertante. El exmandatario olvida convenientemente que durante sus propias administraciones la Calle 22 era un "río Magdalena" y la vía frente al Cementerio San Miguel, una "laguna". ¿Qué decir de barrios como Pescaíto, que llevan más de una década "comiendo mierda" de las alcantarillas, un problema que la clase política gobernante no pudo resolver en doce años?
Venecia Caribeña: La Sátira del Desastre
La magnitud de la inundación saturó las redes sociales de imágenes y memes virales. La estampa de las chivas rumberas en plena Carrera Primera, frente al camellón, convertidas en barcos navegando sobre un río de aguas negras y alcantarillas saturadas, se transformó en un espectáculo de contraste: el colorido del turismo versus el drama del desastre. Los vehículos parqueados cerca de la Sociedad Portuaria terminaron, como es costumbre, completamente bajo el agua.
De inmediato, surgió la sátira de llamar a Santa Marta la "Venecia Caribeña", una ciudad donde, ante tal desastre, la única forma viable de movilización era en botes o lanchas, pues los vehículos sencillamente no son anfibios.
El problema radica en que, durante doce años, la anterior clase política se limitó a "limpiar y hacer mantenimientos", evitando las soluciones de fondo. Doce años de atraso y de "pañitos de agua tibia" diseñados únicamente para mantener contentos a sus "partisanos", como el autodenominado "emperador" llama a su séquito más cercano y fiel.
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