Soy afortunado por haber nacido en la ciudad dos veces santa: Santa Marta, corazón del mundo con 500 años de fundación. Una ciudad que parece haberse quedado en el pasado y en los versos vacíos del discurso de quienes la han gobernado y saqueado bajo distintos colores, los de antes y los de ahora. Año tras año, la ciudad continúa atrapada en ese pasado que la consume y que, lamentablemente, define el presente.
En contraste, al otro lado del río, Barranquilla es una ciudad que ha crecido de manera exponencial. Llegué hace 19 años a una Barranquilla en plena reconstrucción, tras los gobiernos del cura Hoyos y Guillermo Hoenigsberg. A partir del siguiente alcalde, en la primera administración de Alejandro Char, la ciudad que se soñó comenzó a tomar forma y, desde entonces, no ha dejado de crecer.
Barranquilla vive hoy una transformación urbana y de infraestructura sin precedentes, con obras emblemáticas como el Gran Malecón del Río, un lugar que todos los visitantes quieren conocer. Infraestructuras clave como el Puente Pumarejo —inaugurado en 2019— mejoraron la movilidad regional y la logística del transporte, fortaleciendo el puerto y la conexión entre Barranquilla y el interior del país.
Durante los últimos 15 años, Barranquilla ha pasado de enfrentar serios desafíos de infraestructura y servicios a potenciar su desarrollo urbano con obras emblemáticas, mejorar la calidad de vida, la educación y la salud, atraer eventos internacionales y fortalecer el turismo. La ciudad sueña con un Gran Premio de Fórmula 1 y ya tiene asegurada la final de la Copa Sudamericana 2026. Sin duda, ha logrado atraer inversiones y consolidar su posición regional frente a otras ciudades del Caribe colombiano.
Un ejemplo reciente de esta apuesta por el turismo urbano es Luna del Río, la nueva rueda de observación de aproximadamente 65 metros de altura ubicada en el Gran Malecón. Una de las más grandes de Latinoamérica, se espera que atraiga entre 200.000 y 400.000 visitantes adicionales al año, dinamizando la economía local. Luna del Río se proyecta como un nuevo ícono de Barranquilla, al nivel de las grandes ruedas turísticas del mundo, y marca un paso más en la recuperación del borde del río y su integración a la vida cotidiana de la ciudad.
La verdadera transformación de Barranquilla incomoda a quienes observan cómo la ciudad progresa; les duele a aquellos que desean estar en el poder para repetir lo que hacen en Santa Marta políticos como Caicedo: prometer sin cumplir, entregar obras a medias, proyectos que nunca terminan porque hacen parte de un sistema que perpetúa su control. Un sistema que se sostiene con figuras como Rodrigo Roncallo, Eduardo Pulgar y otros tantos que hoy tocan la puerta del “kaiser naranja”.
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