Hace semanas, Gustavo Petro, presidente de Colombia, venía jugando en Twitter y redes sociales a provocar al hombre más poderoso del mundo, el presidente de la primera potencia: Estados Unidos.
Petro, con su retórica diaria —en la que todos los días acusaba a Trump de fascista, genocida y otras tantas cosas—, buscaba llamar la atención y hacerse notar fuera del país. Dentro de Colombia, el fracaso de su gestión es lo único de lo que podría hablar como gobernante. Finalmente, ha conseguido su objetivo: que Trump le prestara atención.
Trump, quien estaba más enfocado en resolver el conflicto entre Israel y Palestina, no contestaba a los señalamientos de Petro. Quizás no por oído sordo, sino porque para Trump, Petro es un político de izquierda insignificante que busca notoriedad enfrentándose a él.
Colombia y EE. UU. habían mantenido una cooperación antidrogas tradicional, pero bajo Petro han surgido divergencias sobre deportaciones y soberanía. Petro se fue a Nueva York, megáfono en mano, a pedirle al ejército de Estados Unidos que desobedeciera las órdenes de su comandante en jefe.
Petro, en su creencia de líder mundial —en la cual solo piensa en su ego y en la forma de incidir en sus electores con miras al 2026—, logró que el jefe del país más poderoso lo viera como un paria, que lo llamara "líder del narcotráfico" y que amenazara con imponer sanciones arancelarias. Esta es una política característica del desquiciado Donald, quien reacciona así cuando alguien le lleva la contraria o espera sacar provecho de su ventaja como potencia frente a un país como Colombia.
Petro lo ha buscado desmedidamente. El presidente, que no tiene asesores sino aduladores, ha logrado con mucha dedicación que Trump ponga por fin los ojos en él y en el país, y que, fiel a su estilo, comience su plan de "amansamiento mundial" con Colombia a través de aranceles y amenazas por redes sociales. Es la manera de gobernar de los tiranos modernos: como lo hacía Uribe, como lo hace Petro, y como Trump se aprovecha para informar al mundo de sus medidas y órdenes ejecutivas.
Petro no ha pensado en el país durante este enfrentamiento. En lo que sí ha dedicado muchos esfuerzos es en ganar notoriedad internacional enfrentándose al hombre que dirige el país más poderoso, para luego refugiarse en el rincón que más gusta a la izquierda: la victimización.
Ha logrado a pulso que lo llamen líder del narcotráfico y un "líder con baja aprobación y muy impopular, que se muestra impertinente con Estados Unidos". Además de las amenazas que Trump profiere, como la de cerrar los campos de cultivo de coca de manera "no agradable", en una clara interferencia en la soberanía nacional. Todo mérito del presidente Petro, que no dejó nunca de señalar a Trump de nazi y fascista.
Finalmente, Petro encontró lo que quería: llamar la atención de Trump y victimizarse como sabe hacerlo. A él no le importa el futuro de Colombia, porque para su maltrecho movimiento —lleno hoy de politiqueros y de peleas internas— tiene más futuro el día de ayer que el mal llamado progresismo en este país. Con todo lo que hacen, solo están logrando entregarle en bandeja de plata el próximo gobierno a Uribe y su combo. Un Uribe que estaba muerto políticamente gracias a Duque, pero que sabe reinventarse para seguir siendo la opción a la que recurren quienes no están de acuerdo con Petro.
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