Es costumbre en las escuelas de medicina que los estudiantes de esta profesión reciten al momento de tomar el grado, el llamado juramento hipocratico. Ese que viene desde la antigua civilización griega y que hacía más noble y humano el arte de curar a los enfermos. Sin embargo en un país como Colombia, en donde la corrupcion y los gobernantes son los mismos de siempre con el poder qué tienen, este juramento queda desechado y vuelto trizas.
Resulta triste y cruel con la vida de un ser humano que al llegar a una clínica por urgencias con un dolor abdominal agudo de varios días, se deba pasar por la vergüenza de parecer estar mendigando un servicio que se paga doble, y digo que se paga doble en aquellos casos de pensionados que luego de trabajar toda una vida y continuar ejerciendo su labor, le descuenten doblemente los llamados aportes sociales. Esa es ley, y sería justo o apenas merecido pagarlo si por lo menos la atención en la salud fuera la adecuada. Clínicas con médicos recién egresados de las facultades de medicina, con formación precaria y sin conocimientos reales de las enfermedades, o más grave aún, sin tener un poco de valor moral y ético para reconocer sus precarios conocimientos y solicitar al especialista que defina una situación en la que al final de cuentas, se tiene en juego la vida de un ser humano.
Y es que el sistema de salud colombiano solo funciona para aquellos que pagan de más con un servicio de medicina prepagada o de forma particular, porque en el servicio normal, ese que todos pagamos las largas colas de espera y las más las conductas médicas al definir situaciones son el pan de cada día.
Atrás queda el juramento que hicieron los médicos el día de su grado, vale más el interés de la clínica que la salud del paciente, y si pasa algo pues solo será un número más en la larga lista de pacientes que han pasado por ahí gracias a las malas decisiones médicas, en esas que tocó desalojar las largas filas y salas de urgencias llenas de enfermos. Era mejor para el médico de turno decirle al paciente que fuera a su casa y siguiera con el dolor agudo, tocaba esperar a ver si el dolor seguía matando literalmente a quien lo sentía. Esa parte humana a este doctor se la quedaron debiendo, o tal vez en su afán de desalojar la sala de urgencia olvidó lo que juró. Total en nuestro país, no hay que ser sino parecer, hay que lanzar en vez de recibir, somos una sociedad enferma por el poder y el beneficio propio, pero olvidamos que ese paciente que estuvo a punto de morir pudo ser nuestra madre.