Gustavo Petro insiste en hablar de amor y humanidad en sus discursos, que terminan siendo vacíos, demagógicos y, en muchas ocasiones, teñidos de un lenguaje vulgar. Él lo sabe, y también lo saben sus seguidores y aliados. Sin embargo, en los últimos días, su retórica ha alcanzado niveles preocupantes, impropios de un presidente de la República. Llamar "HP" al presidente del Congreso, por ejemplo, marca un nuevo descenso en la dignidad del discurso público. A esto se suma el comportamiento de su ministro de Salud, un funcionario que presencia la destrucción del sistema sanitario sin reaccionar, mientras esta a la espera del ya tristemente célebre "shu, shu, shu" de Petro. El mismo ministro Jaramillo, quien insultó abiertamente a una directora de hospital en Puerto Gaitán, Meta, sin consecuencia alguna. A la que le mando su "hijueputazo", como si nada. Como era de esperarse, la llamada “horda petrista” salió a justificar estas actitudes en nombre del amor, ese mismo que promulgan con un lenguaje cada vez más agresivo.
¿Este era el cambio que nos prometieron en 2022? ¿Un gobierno que lanza madrazos y ‘hijueputazos’ sin recato, llamándose del pueblo mientras desprecia la dignidad que exige representar a 55 millones de colombianos? Este estilo recuerda, irónicamente, al del expresidente Álvaro Uribe, cuando perdía los estribos y amenazaba con golpes o lanzaba frases como “le voy a dar en la cara, marica” a su amigo Alias la mechuda. Uribe decía que no "chuzaba" teléfonos, sino corazones. Petro, por su parte, asegura que no es adicto a las drogas, sino al amor. La semejanza entre estos dos colosos de la política reciente resulta, cuando menos, inquietante.
¿En qué momento ser decente se volvió una debilidad? ¿Cuándo dejamos de esperar que un presidente sea ejemplo de cordura y respeto, para aceptar que se exprese como si estuviera en una esquina cualquiera? El supuesto “gobierno del cambio” está compuesto por los mismos de siempre, protegidos por un discurso romántico que encubre malas prácticas y peores formas.
Armando Benedetti, hoy ministro del Interior, es quien justifica los constantes retrasos del presidente. Un hombre que, según Álvaro Leyva, es un “drogadicto en recuperación”, y quien paradójicamente dicta cátedra de moral. Benedetti afirma que organizarle una agenda a Petro es fascismo, porque el presidente “es un libertario” que hace lo que quiere, sin rendir cuentas ni respetar el cargo que ocupa. Y, como siempre, sus seguidores ven esto como una virtud.
Petro está rodeado de influenciadores, hoy contratistas del Estado, que amplifican sus discursos y replican ese “lenguaje del amor” que no es más que una fachada vulgar. Lo mismo ocurre con varios congresistas oficialistas, orgullosos de atacar a candidatos y ciudadanos decentes, sin mayor consecuencia.
Sergio Fajardo lo dijo claramente en la campaña de 2022: “La mejor herramienta para educar es el ejemplo”. Y el ejemplo que hoy ofrece el presidente Petro deja mucho que desear. Desde el desayuno se adivina cómo será el almuerzo: se prefirió a un supuesto estadista —como lo llamó Roy Barreras— antes que a un “gamín” como el ingeniero Rodolfo, cuyo lenguaje asustó a muchos. Sin embargo, la realidad ha demostrado que Petro gobierna con la misma rudeza verbal que su némesis, Álvaro Uribe.
Ojalá este capítulo termine pronto. La decencia debe volver a ser la norma, y el buen ejemplo, la guía.