En el debate sobre la consulta popular propuesta por el presidente Petro, se presentaron hechos y discursos que parecen sacados del libreto político de nuestro país. Por un lado, la senadora María José Pizarro reclamaba al presidente del Senado, Efraín Cepeda, porque en pleno debate se estaban repartiendo refrigerios, apenas unos minutos después del almuerzo. Lo que no sabía la senadora era que esos refrigerios los distribuía su hoy aliado —y antes enemigo— Armando Benedetti, actual ministro del Interior. Ese mismo ministro, en una de esas frases que suelen pasar desapercibidas, dijo: “La democracia no es barata; las dictaduras sí lo son.”
Benedetti sabe bien cuánto cuesta el poder en ese espacio donde tanto le gusta estar. "Armandito", como le dicen algunos, ha sido uribista, santista y ahora, redimido por Petro, petrista. Sabe lo que es jugar en las grandes ligas. Entre todas las acusaciones que enfrenta en la Corte Suprema y la Fiscalía, carga procesos por irregularidades en la adjudicación de contratos cuando era congresista, junto a los exsenadores Musa Besaile y Bernardo ‘Ñoño’ Elías.
El caso Fonade involucra presuntas irregularidades en contratos adjudicados en 2016, cuando Benedetti era senador del Partido de la U. Según el medio Cambio, Fonade habría sido usado con fines políticos, y Benedetti habría favorecido a la empresa Certicámara S.A. en un proceso contractual. La Corte Suprema lo acusa por tráfico de influencias.
El ministro de la “democracia que no es barata” lo sabe. En grabaciones que salieron a la luz pública, hablaba de 15 mil millones de pesos supuestamente destinados a la campaña del entonces candidato Gustavo Petro. En el gobierno también saben que gastarse 700 mil millones en una consulta popular no es nada, si se trata de mantener el poder.
Vivimos en un gobierno derrochador, lleno de contratistas que obligan a marchar como le gusta a la izquierda, donde ya hay decenas de funcionarios imputados por corrupción. Uno de los casos más sonados es el de Sandra Ortiz, exasesora de Petro, quien supuestamente utilizaba a Osneider Pinilla y Olmedo López —ambos petristas— para comprar conciencias y votos mediante contratos y maletas de dinero. Ese dinero habría llegado a los apartamentos del entonces presidente de la Cámara, el liberal cordobés Andrés Calle, y del senador Iván Name, quien, por 3.000 millones de pesos, habría vendido su conciencia al gobierno. Pero como todo político astuto, parece que finalmente les hizo el "conejo".
La democracia cuesta, y este gobierno lo sabe. Sabe lo que implica movilizar influenciadores, comprar lealtades mediante contratos, y sostener el poder con recursos públicos. En este gobierno, vivir sabroso cuesta… pero lo pagan con el dinero del Estado.
Para Petro y sus seguidores, tener a Benedetti como ministro del Interior es el precio a pagar por muchas verdades que parece conocer. Aún no se entiende cómo quienes se hacían llamar “el cambio” se tragan ese sapo gigantesco. Todo porque su “mesías” les prometió que Benedetti ya había sido redimido de todos sus pecados antes de convertirse en petrista.
La democracia cuesta, y este gobierno lo tiene claro. Sabe que hoy, ese Congreso que hasta hace unas semanas era su enemigo, ahora puede ser su mejor aliado para hacer realidad lo que busque. Y eso se logra con puestos, contratos y la famosa mermelada que tanto criticaban. Este supuesto cambio no es más que la misma podredumbre de siempre, el mismo hedor que llevamos años respirando en este asqueante escenario político llamado Gobierno de Colombia.
La democracia no es barata.