Nunca antes se había visto en Colombia que un gobierno llamara a paralizar el país que gobierna. El llamado de Petro y sus secuaces políticos, incluyendo al “redimido” Armando Benedetti, es a incendiar, a convocar una huelga total, simplemente porque el Congreso, en uso de sus facultades, no le aprobó lo que, a todas luces, es el inicio de la campaña política para 2026, o como lo expresó el propio Benedetti, la “mini reelección” de Petro.
La izquierda en este país, tan ambigua como el congresista David Racero, está representada por aquellos que han vivido criticando y haciendo oposición toda la vida. Son quienes dicen tener la solución a todos los problemas generados por la derecha, pero que, al llegar al poder, se enfrentan al grave dilema de no saber qué hacer frente a aquello que tanto les termina gustando: las mieles del poder. Ese poder que saborean junto a políticos cuestionados, a quienes antes rechazaban y ahora aceptan como aliados, siempre y cuando voten sus reformas o apoyen sus iniciativas. Terminan pareciéndose tanto a la derecha, que son la misma miseria disfrazada: una que huele fétido y termina corrompiendo al país.
Petro hace un llamado a la huelga, a la paralización total, olvidando que como presidente debería buscar consensos y unir al país. Pero opta por la mentira y la leguleyada, herramientas comunes de los dictadores, quizá siguiendo los pasos de Chávez en Venezuela. Se atreve a juzgar las decisiones del Congreso y tomar acciones que rozan el autoritarismo, con tal de lanzar su campaña política para 2026. El “florero de Llorente” esta vez se lo entregaron los congresistas que negaron la reforma laboral en la Comisión Séptima del Senado.
La izquierda de este país resulta igual de repugnante cuando suceden casos como el de Rafael Martínez en el Magdalena, un personaje capaz de negar lo evidente y declarar ante un juez que no se reconoce en un video donde hace arengas en plena campaña por Miguelina Pacheco. Lo mismo ocurre con Petro, quien por estos días agita a las masas populares con promesas populistas. Pasamos del pasado de la “mano dura, corazón grande”, al “presidente del cambio” rodeado de los mismos políticos que antes saquearon al país, ahora redimidos por el "mesías" Petro, como lo deja entrever Benedetti en una conversación filtrada por chat.
Petro negó a su hijo diciendo que no lo crió, pero al país sí le ha enseñado las mañas: meter dinero en bolsas negras, como lo hacía su asesora de regiones, que trasladaba maletas llenas de efectivo para comprar congresistas, a quienes también ha negado. Hoy niega que convocó un paro que fracasó, un paro para perjudicar al ciudadano de a pie, con los mismos bloqueos de quienes quieren todo gratis. Aquellos que vandalizan estaciones de TransMilenio en Bogotá y que, cuando terminan en la cárcel —como en el caso de Epa Colombia—, Petro pretende convertir en "gestores de paz".
Este gobierno y sus aliados son expertos en incendiar, en negarlo todo, en desordenar. Son expertos en desgobierno. Son, simplemente, un fracaso más, como lo es su mal llamada “paz total”.